La mañana estaba resultando bastante completa.
Agotadora, quizás.
Nadie nos enseña, o enseñaba, que hacernos médicos no sólo significa recetar pastillas, pedir analíticas o interpretar radiografías.
Hacernos médicos, ser médicos, significa mucho más.
Significa escuchar, no juzgar, consolar, acompañar, aconsejar, explicar, preguntar…
No resulta fácil.
Pero es el camino que, consciente o inconscientemente, hemos elegido.
Aquella mañana, como tantas otras, se había cargado de miedos, de quejas, de dudas..
Respiré hondo e intenté concentrarme de nuevo. Hacer un hueco en aquella mochila que estaba a punto de explotar, y seguir acumulando el peso que dejaban tras de sí cada uno de mis pacientes.
Empecemos de nuevo..
Allí, sentado frente a mí, aquel hombre enjuto, de avanzada edad, me miraba con cierta desconfianza.
- ¿Qué le ha pasado? – pregunté al fin
- A mí …nada – dijo mientras sus ojos buscaban, cautelosos, a la mujer que tenía sentada a su lado- … Que estuve en el hospital …- añadió.
La mujer, callada, nerviosa, con los dedos entrelazados sobre sus rodillas, tenía fijadas sus pupilas en las mías.
Parecía tan cansada.
Su gesto, apagado y mudo, gritaba pidiendo ayuda.
Rebusqué en el ordenador el motivo de aquella visita al hospital.
- Aquí dice que fue al hospital porque …. no reconocía a su mujer…es así?
María, su mujer, esbozó una sonrisa llena de impotencia.
- Yo sí la conozco – contestó con un tono algo airado – ¿cómo no voy a reconocerla??? Si yo la quiero mucho..es mi mujer, por dios santo!!
- Entonces…¿qué pasó? – pregunté con la intención de que fuese él quien me explicase lo sucedido
- La impostora, eso pasó…- añadió reafirmado su obviedad – Yo a mi mujer la conozco…pero, a veces, viene la vecina y me dice que es mi mujer…y se enfada si le digo que no es cierto..
Noté cómo unas lágrimas empezaron a resbalar por la mejilla de su acompañante.
- Su vecina se presenta en su casa y le dice que es su mujer – dije intentando enfrentarlo a ese razonamiento
- Sí, sí…y eso no lo voy a tolerar…mi mujer es ella – replicó buscando la complicidad de María – no voy a permitir que nadie más quiera engañarme…
Entonces, aquella figura que había permanecido en silencio, se giró hacia él y le sujetó las manos.
No había enfado. No había reproches.
- Cariño – le susurró con un tono empapado de un amor casi agotado de tanto entregarse – esa mujer que dices, la impostora, nunca ha sido la vecina…siempre he sido yo…
CCG
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